martes, 25 de enero de 2011

El Precio de la Inmortalidad

Roland cavilaba sentado en su laboratorio, ubicado en la cima de una torre sin puertas, él no las necesitaba, simplemente se aparecía donde su pensamiento le llevase, hacía años que había dominado la técnica de la teletransportación y la materialización. Era un hechicero consumado.

Ahora sumergido en sus recuerdos, repasaba mentalmente una y otra vez cada palabra oída, cada signo visto, cada escena vivida, cada detalle obtenido, durante toda su vida, había seguido de cerca los estudios de los grandes precursores de su empresa, que como él, no obtuvieron el éxito que esperaban y ahora yacían muertos o deformes, despojados de todo su poder, no eran sino recordatorios de lo que le podía llegar a ocurrir si fallaba su cometido, pero él estaba seguro de sus estudios, y esperaba confiado obtener buenos resultados. Décadas atrás trabajó de cerca con Nikola Flamel y su irrisoria piedra filosofal, una patética canica que solo consiguió darle unos cuantos siglos de mala muerte. También ayudó con mucho esmero en la creación de unos complejos pigmentos a pedido de un tal Basil Hallward, pero dudaba seriamente de la efectividad de la formula, además tomaría mucho tiempo para poder comprobarla y tiempo era precisamente lo que menos tenía. El uso de la magia tiene su precio y ya no podía seguir estirando su longevidad por medio de conjuros y rituales, ahora buscaba algo eterno, algo poderoso, quería el secreto del Fénix.

Siguió la pista del ave, desde el desierto de Gobi, hasta un acantilado en la isla de Malta, desde una cueva cerca del Lago Victoria en el corazón de África, hasta las costas más lejanas de Islandia, fueron años y años tras su huella, primero recogió una de sus plumas, luego una garra, una vez encontró algo de sus cenizas y hasta su estiércol, pero solo unas semanas atrás pudo ser testigo del instante mismo en que el ave consumida por una combustión espontánea, ardió sobre su nido, hecho de hierbas aromáticas y ramas de tejo. Fue un espectáculo que quedo grabado fielmente en su memoria, el plumaje rojizo tornasolado, refulgiendo con el color de la brasa viva, ardiendo como el metal en la forja, miles de chispas se elevaban como luciérnagas en la noche y el ruido, ese macabro ruido, el alarido desgarrador del ave abrasada por el fuego, luego el silencio, cuando se disiparon el humo y las llamas, reducido el cuerpo a un montón de polvo, se acercó sigilosamente y ahí estaba el huevo, opaco y cobrizo, aunque candente al rojo vivo.

Pasó la noche preparando los últimos detalles, con el amanecer ejecutaría el ritual, esta vez no podría valerse de la magia para manipular el fuego o evitar su daño, esta vez, debería entregarse al fuego, con la única esperanza de renacer de entre las cenizas. Desnudo y sentado sobre la hoguera con el huevo en sus manos, esperó el albor, espejos y lentes iniciarían las llamas y luego solo podría abandonarse a la experiencia, confiar en sus estudios y esperar. El primer rayo de luz que tocó su frente lo encegueció por un momento, luego los espejos canalizaron la luz hacia los lentes que a su vez hicieron blanco en en una serie de bolas de tejido, hierbas y aceites, preparados especialmente para este fin, al principio hilillos de humo se elevaron por entre las ramas, minutos después pequeñas lenguas de fuego lamían vorazmente cada madero alimentándose con viveza, el calor ya era sofocante, se concentraba al máximo, repetía mentalmente cada una de las palabras del hechizo que podía garantizarle la vida eterna, conforme ascendía el sol, más ascendían las llamas y las quemaduras hacían marcas en la piel del mago, quien se encontraba en un profundo trance para soportar esta transmutación, el fuego ya empezaba a cubrirlo por completo, el dolor se hacía insoportable, el aire caliente le quemaba por dentro con cada inhalación, ya no le parecía posible seguir manteniendo el trance, quería huir o entregarse por completo al dolor y terminar de una vez ese sufrimiento, cada segundo que pasaba era un desafío a su cordura, en medio de esa tortura el tiempo pareció detenerse y vio como el fuego bailaba lentamente, como si el aire fuera un fluido espeso que a las flamas les costara atravesar, en ese último eterno segundo lo comprendió todo finalmente, el fuego purifica, transforma, limpia y renueva, su viejo cuerpo desprendido de piel carbonizada, ya no sería mas una carga, ahora era algo superior, dejó escapar un grito desgarrador, salido de las entrañas mismas de la más profunda agonía de su ser y mientras se elevaba vio su cuerpo sobre la pira, reducido a un montón de huesos humeantes y carne quemada.