jueves, 23 de enero de 2014

El Manzano

 Y ahí estaba el manzano, a la vera del camino, había crecido casi por casualidad, alguien un día había dejado al pasar los restos de una manzana a medio morder, quiso el destino o la providencia que la semilla cayera en buena tierra y diera brote y tallo y por añadidura un árbol, su padre fue el viento y su madre la lluvia, cuidaron de él hasta que hundió raíces y creció frondoso lleno de frutos rojos y maduros. 

     Un día de otoño pasó por ahí una niña, el hambre le dibujaba el alma y el cuerpo, vió el manzano y cogió unas manzanas y se fue feliz en su camino. Otro día de verano, pasó un campesino, cansado de tanto trabajar al sol, buscó refugio en su sombra y calmó su sed con una jugosa manzana roja. Un día de primavera pasaron dos enamorados, lo tenían todo, amor y trabajo y se tenían el uno al otro, corrió él bajo el manzano y recogió una manzana muy roja, se la entrego a su amada y le dijo: Te doy mi corazón y ella hizo lo mismo y se fueron de la mano felices por el camino. Finalmente un triste día de invierno pasó un ladrón, era temido y odiado, amenazaba y robaba a su antojo y sin pensarlo mucho cortó unas cuantas manzanas para llevar en su huida.

     Yo soy el manzano, nosotros somos el manzano, debemos dar al que lo necesita y al que no lo necesita, al que merece y al que no merece, sin distingo, sin esperar recompensa, porque un don se nos fue entregado, el don de dar y que los frutos de mi vida caigan en tierra fértil y se conviertan en árboles aún más grandes que yo.



Rodrigo Hermosilla.